Leía con preocupación como seis colegios top de Lima habían sido multados por el organismo gubernamental más chic que existe, me refiero al Indecopi. Y es que hace algunos años la legislación educativa empezó a cambiar, debilitando seriamente la institucionalidad de los colegios, dejándolos desprotegidos en forma progresiva frente a los atropellos de los padres de familia. Esta situación pone en evidencia -una vez más- la existencia de un nefasto plan para abatir la educación en el Peru; así, estos atropellos no son antojadizos, tras ellos se pretende lastimar a aquellas empresas que pretenden elevar los estándares educativos.
Las autorizadas de turno, apoyadas por la prensa, han pintado a las instituciones educativas privadas como organismos dedicados a burlar y estafar a los padres de familia, a expensas de sus pobres y desprotegidos hijos. El pueblo ha creído toda la colección de patrañas inventadas sobre estas instituciones, ha aceptado como verdad que son ellos quienes tienen la capacidad para poder decidir que conviene en la educación de sus hijos; como resultado de esta situación, hoy en día se sienten con derecho de hacer todo aquello que les venga en gana. ¿Y saben qué? En el colmo de los colmos, las leyes se lo permiten.
En estos tiempos los padres de familia deben ser parte del equipo que elija los textos escolares a utilizar, pero también es libre de decidir si adquiere o no los dichosos textos. Además, el padre de familia puede determinar de acuerdo a su conveniencia cuál es el momento adecuado para enviar los útiles escolares completos. Por si fuera poco, el padre de familia se siente en la capacidad de discutir el trabajo del docente. Y para poner la cereza sobre el postre, ahora el padre de familia tiene el poder de decidir si paga o no, lo cual ha generado una cultura de no pago que ha ido ganando terreno en forma exponencial en los últimos años.
Mientras tanto a los docentes, que dedicaron cuando menos cinco años de su vida a prepararse para poder brindar una educación de calidad a sus niños, deben cruzar los dedos esperando que los padres de familia escojan un buen texto y que no se dejen llevar por el más económico, se encomiendan a todos los santos para que decidan adquirir los textos y útiles escolares pronto para poder hacer uso efectivo de estos y encienden velitas milagrosas con la esperanza de que los padres de familia paguen sus pensiones a tiempo... o que por lo menos las paguen.
En el país de los mil y un absurdos; la nación de los dos presidentes presos, uno prófugo y el actual en el ojo de la tormenta; la patria donde todo tiene precio; el estado de la corrupción, el cohecho y la impunidad; el imperio de la cultura chicha, la criollada y la televisión basura; existe una absurda ley -herencia justamente del gobierno del expresidente que huyó del país y se esconde de la justicia- que impone una serie de restricciones a las instituciones educativas privadas en cuanto al cobro de las pensiones escolares y que hace que estas no cuenten con respaldo alguno en este sentido, quedando a expensas de la voluntad y de los abusos de los padres de familia. En la actualidad no hay colegio privado en el Perú que no tenga dentro de su presupuesto perdidas por cuentas incobrables.
El mensaje del Indecopi para los colegios ha sido claro, si se atreven a cobrar a los padres de familia los multamos. Escogieron a estos colegios como auténticos conejillos de indias porque saben que ellos sí pueden pagar la abultada multa, porque si multan de esa manera a un colegio pequeño lo mandan directo a la quiebra. En otras palabras, Indecopi apaña la conchudez de las personas que, a sabiendas que no pueden pagar una pensión, matriculan a sus hijos en un colegio particular; para ser más claros, el Indecopi es ahora Instituto Nacional de Defensa del Conchudo de las Pensiones Impagas.
Me solidarizo con estas instituciones educativas privadas, así como me solidarizo con los miles de colegas que reciben sus salarios fuera de fecha a causa de los atrasos en el pago de las pensiones escolares por parte de los padres de familia, así como también me solidarizo con los cientos de miles de padres de familia que tienen que cubrir sobrecostos por culpa de los frescos y vivazos que simplemente dejan de pagar.
Una institución educativa privada apoya su presupuesto de operación en el cobro de las pensiones de enseñanza, el Indecopi esta lastimando a cientos de miles de personas con esta politica populista y efectista. Señores del Indecopi, los trabajadores de las instituciones educativas privadas también tenemos familia y debemos cobrar nuestros sueldos en forma oportuna para bienestar de los nuestros; si las autoridades politicas del Perú no tienen los pantalones para derogar la infame Ley de Protección a la Economía Familiar Respecto al Pago de Pensiones Escolares, ponganselos ustedes y devuelvan la institucionalidad a los colegios, piensen en defender los derechos de todos y cada uno de mis colegas educadores. Señores del Indecopi, dejen ya de proteger y encubrir a los padres abusivos y díganles que si quieren gratuidad en la enseñanza se vayan a una institución pública.
Finalmente dos reflexiones, la primera dirigida a los padres de familia que pagan fuera de fecha o simplemente dejan de pagar es ¿con ese ejemplo pretenden que los docentes eduquen en valores a sus hijos? y la segunda para los promotores y propietarios de centros educativos privados ¿por qué no dejar de lado cualquier diferencia y formar un consorcio o asociación único para luchar por sus derechos?
sábado, 23 de diciembre de 2017
martes, 12 de diciembre de 2017
Un buen ciudadano respeta a la Policía
Dicen que la televisión es uno de
los inventos más importantes de los últimos tiempos; una máquina que nos
permite mantenernos informados, darle vida a nuestros personajes de ficción,
ver nuestro deporte favorito y disfrutar de lo mejor del séptimo arte, entre
otras bondades. Por ello, al llegar a casa luego de una ardua jornada, nada
mejor que ponernos frente a este casi indispensable artefacto; ¡aunque a veces
nos topamos con cada sorpresa!
Hace unos días observaba indignado como una señora, que pretendía dar vuelta en U por un lugar prohibido, empujaba con su camioneta a una policía de tránsito. No es la primera vez que vemos actitudes prepotentes y matonezcas frente a los miembros de nuestra Policía Nacional, lo cual me lleva a preguntarme, ¿dónde quedo el respeto por nuestras fuerzas del orden?
Aunque se trata de un problema que requiere ser enfrentado por múltiples sectores, con mucho pesar debo manifestar que el deficiente sistema educativo tiene una gran parte de culpa. Nuestras autoridades educativas no le dan importancia a los cursos formativos -aquellos destinados a inculcar valores en las futuras generaciones- y han ido suprimiendo en forma sistemática cursos que ellos consideran de menor transcendencia.
Recuerdo que en mis épocas de colegio existía un curso llamado Educación Cívica -seguro muchos de ustedes lo recordarán- en el cual nos enseñaban la frasecita cliché "el policía es tu amigo", nos mostraban la importancia de su trabajo, sabíamos que eran hombres y mujeres que estaban dispuestos a dar su vida por salvar la nuestra; en otras palabras, valorábamos su aporte en la sociedad. Actualmente dicho curso no existe, ha sido "absorbido" por otro curso que pretende englobar historia, geografía, economía, civismo y valores; es decir, perdió totalmente su sentido y finalidad.
Con lo expuesto anteriormente no pretendo ocultar otras causas que nos llevaron al irrespetuoso proceder que existe frente a la autoridad policial: sé que sus sueldos no son acordes con la importancia de sus funciones, soy consciente de la existencia de malos elementos dentro de la policía que los desprestigian, he notado que existen efectivos autoritarios y abusivos, conozco muchas familias que no orientan adecuadamente a sus hijos respecto a lo que es autoridad, entre otras.
Afortunadamente aún existen maestros y padres que educan en valores a sus hijos y les enseñan a apreciar el trabajo de la Policía Nacional del Perú, de los buenos policías, de aquellos que son mayoría y muy pocas veces nos acordamos. Existe un largo camino por recorrer para recuperar nuestros valores, ¿qué tal si empezamos de una buena vez? ¿o esperamos un tiempo hasta que nuestros hijos sean protagonistas del siguiente atropello a la autoridad televisado para entrar en razón?
Hace unos días observaba indignado como una señora, que pretendía dar vuelta en U por un lugar prohibido, empujaba con su camioneta a una policía de tránsito. No es la primera vez que vemos actitudes prepotentes y matonezcas frente a los miembros de nuestra Policía Nacional, lo cual me lleva a preguntarme, ¿dónde quedo el respeto por nuestras fuerzas del orden?
Aunque se trata de un problema que requiere ser enfrentado por múltiples sectores, con mucho pesar debo manifestar que el deficiente sistema educativo tiene una gran parte de culpa. Nuestras autoridades educativas no le dan importancia a los cursos formativos -aquellos destinados a inculcar valores en las futuras generaciones- y han ido suprimiendo en forma sistemática cursos que ellos consideran de menor transcendencia.
Recuerdo que en mis épocas de colegio existía un curso llamado Educación Cívica -seguro muchos de ustedes lo recordarán- en el cual nos enseñaban la frasecita cliché "el policía es tu amigo", nos mostraban la importancia de su trabajo, sabíamos que eran hombres y mujeres que estaban dispuestos a dar su vida por salvar la nuestra; en otras palabras, valorábamos su aporte en la sociedad. Actualmente dicho curso no existe, ha sido "absorbido" por otro curso que pretende englobar historia, geografía, economía, civismo y valores; es decir, perdió totalmente su sentido y finalidad.
Con lo expuesto anteriormente no pretendo ocultar otras causas que nos llevaron al irrespetuoso proceder que existe frente a la autoridad policial: sé que sus sueldos no son acordes con la importancia de sus funciones, soy consciente de la existencia de malos elementos dentro de la policía que los desprestigian, he notado que existen efectivos autoritarios y abusivos, conozco muchas familias que no orientan adecuadamente a sus hijos respecto a lo que es autoridad, entre otras.
Afortunadamente aún existen maestros y padres que educan en valores a sus hijos y les enseñan a apreciar el trabajo de la Policía Nacional del Perú, de los buenos policías, de aquellos que son mayoría y muy pocas veces nos acordamos. Existe un largo camino por recorrer para recuperar nuestros valores, ¿qué tal si empezamos de una buena vez? ¿o esperamos un tiempo hasta que nuestros hijos sean protagonistas del siguiente atropello a la autoridad televisado para entrar en razón?
lunes, 4 de diciembre de 2017
Niños con Problemas de Conducta
Tener un hijo es una bendición, pero también una gran responsabilidad, pues el futuro de esta persona depende del trabajo y dedicación de los padres. La función de los padres es harto complicada pues no existe un manual que nos oriente y también debemos considerar que cada niño es un mundo.
El día de hoy me referiré a aquellos niños que presentan problemas de comportamiento, una seria dificultad que muchas veces los propios padres no aceptan. Un niño con este tipo de problema es desobediente por naturaleza, con poca tolerancia ante la frustración, que fácilmente se irrita, grita y se muestra agresivo; si estos síntomas le resultan comunes, toca aceptar que existe un gran problema que afrontar.
Y es así, porque los problemas se enfrentan con entereza e hidalguía, no se debe caer en el negacionismo o en la sobreprotección; lo único que se logra de esta manera es agravar el problema y dar pie a una serie de actitudes negativas en los niños. Entonces viene la pregunta del millón de soles, ¿qué hacer? Pues para empezar -y luego de aceptar la dura realidad- se deben establecer límites claros y consecuencias reales en caso estos límites se quebranten. Sabemos que es doloroso castigar a nuestros hijos, pero a veces es necesario; la constancia y coherencia en los “ajustes de actitud” serán determinantes para enseñarle al pequeño el significado del respeto, la obediencia y la disciplina.
También es importante ser firmes y enérgicos, prestar el tiempo necesario a atender y corregir el problema, buscar mecanismos que faciliten el control sobre las acciones de los pequeños, evitando caer -es difícil pero no imposible- en chantajes emocionales y/o sentimentales.
Es básica una adecuada formación en valores. Entregar responsabilidades desde temprana edad, establecer prioridades en casa y enseñar que toda acción tiene una consecuencia, constituyen un aspecto vital en la consecución de niños alegres, sanos, responsables y correctos.
Finalmente, si se ve que nada de lo que se hace da resultado, existe la alternativa de ir a un centro especializado en atención y corrección de conductas; ellos brindarán pautas específicas destinadas a que esta mala conducta infantil no se convierta en un transtorno más grave.
No se debe esperar a que los niños vayan a la escuela para que otros se encarguen de su mal comportamiento; recordemos que los derechos de nuestros niños terminan donde empiezan los de los demás, y los demás niños tienen derecho a desarrollarse en un ambiente donde prime la armonía y la tolerancia.
El día de hoy me referiré a aquellos niños que presentan problemas de comportamiento, una seria dificultad que muchas veces los propios padres no aceptan. Un niño con este tipo de problema es desobediente por naturaleza, con poca tolerancia ante la frustración, que fácilmente se irrita, grita y se muestra agresivo; si estos síntomas le resultan comunes, toca aceptar que existe un gran problema que afrontar.
Y es así, porque los problemas se enfrentan con entereza e hidalguía, no se debe caer en el negacionismo o en la sobreprotección; lo único que se logra de esta manera es agravar el problema y dar pie a una serie de actitudes negativas en los niños. Entonces viene la pregunta del millón de soles, ¿qué hacer? Pues para empezar -y luego de aceptar la dura realidad- se deben establecer límites claros y consecuencias reales en caso estos límites se quebranten. Sabemos que es doloroso castigar a nuestros hijos, pero a veces es necesario; la constancia y coherencia en los “ajustes de actitud” serán determinantes para enseñarle al pequeño el significado del respeto, la obediencia y la disciplina.
También es importante ser firmes y enérgicos, prestar el tiempo necesario a atender y corregir el problema, buscar mecanismos que faciliten el control sobre las acciones de los pequeños, evitando caer -es difícil pero no imposible- en chantajes emocionales y/o sentimentales.
Es básica una adecuada formación en valores. Entregar responsabilidades desde temprana edad, establecer prioridades en casa y enseñar que toda acción tiene una consecuencia, constituyen un aspecto vital en la consecución de niños alegres, sanos, responsables y correctos.
Finalmente, si se ve que nada de lo que se hace da resultado, existe la alternativa de ir a un centro especializado en atención y corrección de conductas; ellos brindarán pautas específicas destinadas a que esta mala conducta infantil no se convierta en un transtorno más grave.
No se debe esperar a que los niños vayan a la escuela para que otros se encarguen de su mal comportamiento; recordemos que los derechos de nuestros niños terminan donde empiezan los de los demás, y los demás niños tienen derecho a desarrollarse en un ambiente donde prime la armonía y la tolerancia.
viernes, 20 de octubre de 2017
Ellos (los políticos) nos prefieren brutos
Hace un buen tiempo ronda mi mente aquella frase que reza “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, obra de nuestro libertador don Simón Bolívar. Y es que parece que nuestro país anda camino a ello, a su propia destrucción.
Muy en contra de los intereses nacionales, a la clase política y a los grupos de poder les conviene tener en una población ignorante o poco instruida; después de todo, es esta población la cual caerá una y otra vez en sus promesas populistas e irrealizables y los elegirá como sus gobernantes. Lo peor es que serán convencidos de que tomaron la decisión correcta y de están aportando al proceso democrático del Perú.
Aceptémoslo, venimos siendo víctimas del maquiavélico plan de las elites de poder, un plan que logra la dominación de las masas gracias al ineficiente servicio educativo que se presta. El grueso de la población posee un pobre nivel cultural, mismo que ha facilitado que la idea de democracia se vuelva en una simple e irreal alternancia de poder; esto nos convierte en un país vulnerable a ser manipulado -una y otra vez- por los falsos y populistas ofrecimientos de nuestros eternos candidatos.
Mientras países como Singapur, Finlandia, Polonia, Chile y Colombia han logrado significativos avances gracias a reformas educativas serias, planificadas y estructuradas; nuestros políticos nos engañan con reformas cortoplacistas, mismas que no toman como punto de partida la cruda realidad del país y, por ende, se suceden una tras otra sin resultado alguno.
Para que el programa nacional de embrutecimiento sea perfecto, a los políticos no se les ocurrió mejor idea que ir en contra del magisterio. Como primer paso llevaron los sueldos de los maestros a niveles de miseria, quitándoles toda posibilidad de crecimiento personal; a continuación dieron carta libre a la creación de Institutos Superiores Pedagógicos de dudosa capacidad formativa, mismos que empezaron a expedir títulos profesionales a diestra y siniestra; luego empezaron a dictar normas que limitaban la labor formativa del docente y restaban su autoridad frente al alumno; finalmente se engañó a la población -una vez más- haciéndoles creer que los padres de familia saben más que los profesores.
Existió -y existe- una importante oferta educativa privada, misma que un gran sector de la población que ha buscado una alternativa; pero el gobierno al percatarse de ello empezó a atacarlas, en principio pretendiendo hacerlas quedar como organizaciones orientadas a enriquecerse ilícitamente con el dinero de los padres de familia; y terminando el “faenón” promulgando una absurda e ilógica ley que deja a los colegios privados desprotegidos ante aquellos padres que incumplen con sus pagos y demás obligaciones.
Frente al maltrato sistemático a la noble y abnegada labor del docente, fuimos testigos del hartazgo de los profesores, quienes poco a poco se fueron levantando hasta configurar una huelga de magnitud nacional. Las autoridades nacionales, lejos de mostrar algún interés real en solucionar la huelga magisterial, aprovecharon la ocasión para tildar a los docentes de terroristas.
Sin embargo, el pedido generalizado de la población para que los profesores regresen a las aulas y el clamor de los alumnos hizo que los docentes dejaran de lado sus reclamos para regresar a aquello que los apasiona: compartir sus conocimientos con las nuevas generaciones. Y así lo hagan en condiciones lamentables -¿quién puede mantener una familia con S/.2000?- y en centros educativos vetustos y sin mantenimiento; lo hacen por vocación y amor, lo hacen porque no hay nada más gratificante que lograr el desarrollo de las capacidades de un niño, lo hacen porque eso les llena la vida.
No se engañe amigo lector, la huelga no acabó porque se haya solucionado el problema de la educación en el Perú; la huelga se acabó porque los profesores se cansaron, la huelga terminó porque los profesores decidieron que era mejor seguir luchando contracorriente por un país mejor.
Nuestro país requiere urgentemente una reforma educativa, pero que sea real y estructural, tomando plena conciencia de la realidad nacional y de la multiculturidad peruana; una reforma que comprometa realmente a las fuerzas políticas en un plan de largo aliento -cuando menos dos o tres periodos de gobierno- que nos brinde resultados a largo plazo. La educación no es un juego, es la llave para llevar los pueblos al desarrollo y a la verdadera libertad, aquella que anhelaba nuestro libertador; no lo olvidemos.
Muy en contra de los intereses nacionales, a la clase política y a los grupos de poder les conviene tener en una población ignorante o poco instruida; después de todo, es esta población la cual caerá una y otra vez en sus promesas populistas e irrealizables y los elegirá como sus gobernantes. Lo peor es que serán convencidos de que tomaron la decisión correcta y de están aportando al proceso democrático del Perú.
Aceptémoslo, venimos siendo víctimas del maquiavélico plan de las elites de poder, un plan que logra la dominación de las masas gracias al ineficiente servicio educativo que se presta. El grueso de la población posee un pobre nivel cultural, mismo que ha facilitado que la idea de democracia se vuelva en una simple e irreal alternancia de poder; esto nos convierte en un país vulnerable a ser manipulado -una y otra vez- por los falsos y populistas ofrecimientos de nuestros eternos candidatos.
Mientras países como Singapur, Finlandia, Polonia, Chile y Colombia han logrado significativos avances gracias a reformas educativas serias, planificadas y estructuradas; nuestros políticos nos engañan con reformas cortoplacistas, mismas que no toman como punto de partida la cruda realidad del país y, por ende, se suceden una tras otra sin resultado alguno.
Para que el programa nacional de embrutecimiento sea perfecto, a los políticos no se les ocurrió mejor idea que ir en contra del magisterio. Como primer paso llevaron los sueldos de los maestros a niveles de miseria, quitándoles toda posibilidad de crecimiento personal; a continuación dieron carta libre a la creación de Institutos Superiores Pedagógicos de dudosa capacidad formativa, mismos que empezaron a expedir títulos profesionales a diestra y siniestra; luego empezaron a dictar normas que limitaban la labor formativa del docente y restaban su autoridad frente al alumno; finalmente se engañó a la población -una vez más- haciéndoles creer que los padres de familia saben más que los profesores.
Existió -y existe- una importante oferta educativa privada, misma que un gran sector de la población que ha buscado una alternativa; pero el gobierno al percatarse de ello empezó a atacarlas, en principio pretendiendo hacerlas quedar como organizaciones orientadas a enriquecerse ilícitamente con el dinero de los padres de familia; y terminando el “faenón” promulgando una absurda e ilógica ley que deja a los colegios privados desprotegidos ante aquellos padres que incumplen con sus pagos y demás obligaciones.
Frente al maltrato sistemático a la noble y abnegada labor del docente, fuimos testigos del hartazgo de los profesores, quienes poco a poco se fueron levantando hasta configurar una huelga de magnitud nacional. Las autoridades nacionales, lejos de mostrar algún interés real en solucionar la huelga magisterial, aprovecharon la ocasión para tildar a los docentes de terroristas.
Sin embargo, el pedido generalizado de la población para que los profesores regresen a las aulas y el clamor de los alumnos hizo que los docentes dejaran de lado sus reclamos para regresar a aquello que los apasiona: compartir sus conocimientos con las nuevas generaciones. Y así lo hagan en condiciones lamentables -¿quién puede mantener una familia con S/.2000?- y en centros educativos vetustos y sin mantenimiento; lo hacen por vocación y amor, lo hacen porque no hay nada más gratificante que lograr el desarrollo de las capacidades de un niño, lo hacen porque eso les llena la vida.
No se engañe amigo lector, la huelga no acabó porque se haya solucionado el problema de la educación en el Perú; la huelga se acabó porque los profesores se cansaron, la huelga terminó porque los profesores decidieron que era mejor seguir luchando contracorriente por un país mejor.
Nuestro país requiere urgentemente una reforma educativa, pero que sea real y estructural, tomando plena conciencia de la realidad nacional y de la multiculturidad peruana; una reforma que comprometa realmente a las fuerzas políticas en un plan de largo aliento -cuando menos dos o tres periodos de gobierno- que nos brinde resultados a largo plazo. La educación no es un juego, es la llave para llevar los pueblos al desarrollo y a la verdadera libertad, aquella que anhelaba nuestro libertador; no lo olvidemos.
domingo, 15 de octubre de 2017
Encontrando la (in)justicia en las autoridades
Pertenezco a una generación extraña, una generación que vivió los años más terribles de la insania terrorista en el Perú, crecimos viendo y escuchando cómo nuestras fuerzas del orden hacían frente -muchas veces en desventaja- a las hordas del terror con arrojo, valentía y heroísmo. Bastaba -y sobraba- con estas razones para abrigar gratitud y respeto hacia los uniformados en nuestro país. A ello debo añadir que, tengo el gran agrado de conocer personalmente a muchos hombres y mujeres que pertenecen a las fuerzas armadas y policía nacional y que constituyen auténticos ejemplos de dedicación y entrega, anteponiendo el interés público al interés personal; alcanzando con esto para cuestionar aquellos episodios en los cuales se les acusaba de ineficiencia, injusticia y hasta abuso.
Todo cambio hace apenas unos días. Resulta que tres personas muy importantes en mi vida se desplazaban en su vehículo cuando sufrieron un accidente de tránsito menor -de aquellos que sólo dejan daños materiales- que requirió la intervención policial. Desconozco lo ocurrido en los instantes posteriores al incidente, solo recuerdo la llamada en tono angustiado de mi esposa, misma que me llevó a asistir en su auxilio cuál alma que lleva el diablo.
Al llegar al lugar de los hechos pude observar cómo dos individuos de dudosa orientación sexual -situación que no digo por lo andrógino de su aspecto; sino por el tono ofensivo, matonezco y burlón con el cual se dirigían a dos damas- agredían verbalmente a mi esposa y sobrina ¡en presencia de un efectivo policial! Al increparle a este el porqué de su displicente actitud, me respondió que no podía intervenir pues los implicados en el accidente se encontraban arreglando la situación; razón por la cual tuve que intervenir personalmente.
Luego de poner en orden -debo aclarar que siempre por la razón- a este par de tipejos, los bocinazos me hicieron voltear y así me percaté que ambos vehículos se encontraban obstruyendo casi carril y medio de los dos carriles de la Av. Salaverry, lo cual me llevo a proponerle al agente de la policia que estacionemos todos los vehículos -los dos implicados en el accidente y el vehículo que había intervenido- en una zona donde no interrumpa el tránsito; situación que ahora me hace reflexionar ¿no pudieron ellos, por sentido común, pensar en esto antes de mi llegada?
Al dirigirme hacia mi vehículo para movilizarlo, observé las características particulares del choque, resultando que nosotros habíamos sido afectados por la prepotencia del par de tipejos que “se acordaron” a última hora que debían girar a la derecha, ¡a pesar de estar en el carril izquierdo! sin importar que se llevasen de encuentro aquello que se interponga en su camino. Esta situación fue inmediatamente puesta en conocimiento de la autoridad, además fue aceptada por los causantes del accidente quienes manifestaron que lo hicieron pues tenían que atender un contrato -habían sido músicos de una ¿prestigiosa? orquesta- a la brevedad; sin embargo, al solicitar la infracción de tránsito G06 para el vehículo infractor, me respondieron que se debía seguir un riguroso procedimiento de investigación para determinar la responsabilidad del piloto; ¡para mala suerte mía, la flagrancia no es suficiente en estos casos!
Al ingresar al vehículo vi a mi menor hijo, desesperado por haber sufrido un accidente de tránsito, preso de la impotencia por no haber podido defender a su sagrada madre de los maltratos del par de pseudo artistas y cuestionándose aquello que le enseñan en la escuela de que “el policía es tu amigo”. Le dirigí un par de palabras para tranquilizarlo mientras movía el vehículo a una zona segura y le prometí solucionar el problema. Luego de ello, tome aire y me dirigí a los individuos que se encontraban a bordo del automóvil causante del accidente, con la intención de hacer aquello que en el Perú es una norma no escrita “más vale un mal arreglo que un buen juicio”.
Rápidamente me di cuenta que no tenían intenciones de llegar a un buen entendimiento, lo cual me motivó a pedir al policía que nos lleve a la delegación correspondiente y que los especialistas en la materia se hagan cargo. Craso error de mi parte, no sabia que estaba llevando a mis seres queridos a “la boca del lobo”. Al llegar a la delegación policial de Jesús María, los efectivos policiales me “invitaron” a retirarme, pidiendo conversar únicamente con los pilotos implicados. De nada sirvió el mencionarles que el vehículo de los dizque músicos no contaba con revisión técnica vehicular, que sus faros delanteros y posteriores estaban rotos, que sus direccionales delanteras eran inexistentes, mucho menos que su parachoques posterior pendía de un alambre; todo esto era de “poca monta” frente a la súbita presencia de los familiares del artista -los padres, la mujer, la hija, la mascota...¡todo vale!- quienes manifestaban que se trataba de un buen hijo, un ejemplar hermano, un extraordinario esposo, un abnegado padre, un amigable vecino y toda la sarta de sandeces que suelen decir de los delincuentes cuando son abatidos o capturados.
Pregunte a todos y cada uno de los policías en la delegación y sus exteriores acerca del paradero del oficial a cargo, ninguno me supo dar razón, algunos dijeron que “estaba por ahí” y otros indicaban que a esas horas -más de las 22.00 horas- estaría en su casa descansando. Situación que resulta curiosa, porque al emitir las citaciones respectivas, fechadas al día siguiente a las 00.30 horas, estas estaban firmadas por el Comandante Comisario; ¿no me quizo atender? ¿falsificaron su firma?
Terminaré esta historia mencionando que me fui a descansar intranquilo, aparentemente las primeras pesquisas policiales determinaron que el vehículo en el cual circulaban mi esposa, mi sobrina y mi hijo había realizado un temerario giro aéreo -porque otra explicación no encuentro- y habría colisionado por detrás al vehículo de placa D0J233, que transportaba a los músicos de la archi, master, ultra, mega, híper, recontra conocida Orquesta “Son de Clase”. Increible, pero cierto.
No queda más que confiar en que el caso llegue a las manos de un buen policía, de aquellos que luchan día a día por brindar un buen servicio a la población, de aquellos que no dudan en poner el pecho ante la adversidad, de aquellos que cuidan nuestra vida a costa de la suya propia; porque estoy seguro de que los hay, y muchos; aunque también estoy seguro que no había ninguno de servicio aquel día en esa delegación.
Todo cambio hace apenas unos días. Resulta que tres personas muy importantes en mi vida se desplazaban en su vehículo cuando sufrieron un accidente de tránsito menor -de aquellos que sólo dejan daños materiales- que requirió la intervención policial. Desconozco lo ocurrido en los instantes posteriores al incidente, solo recuerdo la llamada en tono angustiado de mi esposa, misma que me llevó a asistir en su auxilio cuál alma que lleva el diablo.
Al llegar al lugar de los hechos pude observar cómo dos individuos de dudosa orientación sexual -situación que no digo por lo andrógino de su aspecto; sino por el tono ofensivo, matonezco y burlón con el cual se dirigían a dos damas- agredían verbalmente a mi esposa y sobrina ¡en presencia de un efectivo policial! Al increparle a este el porqué de su displicente actitud, me respondió que no podía intervenir pues los implicados en el accidente se encontraban arreglando la situación; razón por la cual tuve que intervenir personalmente.
Luego de poner en orden -debo aclarar que siempre por la razón- a este par de tipejos, los bocinazos me hicieron voltear y así me percaté que ambos vehículos se encontraban obstruyendo casi carril y medio de los dos carriles de la Av. Salaverry, lo cual me llevo a proponerle al agente de la policia que estacionemos todos los vehículos -los dos implicados en el accidente y el vehículo que había intervenido- en una zona donde no interrumpa el tránsito; situación que ahora me hace reflexionar ¿no pudieron ellos, por sentido común, pensar en esto antes de mi llegada?
Al dirigirme hacia mi vehículo para movilizarlo, observé las características particulares del choque, resultando que nosotros habíamos sido afectados por la prepotencia del par de tipejos que “se acordaron” a última hora que debían girar a la derecha, ¡a pesar de estar en el carril izquierdo! sin importar que se llevasen de encuentro aquello que se interponga en su camino. Esta situación fue inmediatamente puesta en conocimiento de la autoridad, además fue aceptada por los causantes del accidente quienes manifestaron que lo hicieron pues tenían que atender un contrato -habían sido músicos de una ¿prestigiosa? orquesta- a la brevedad; sin embargo, al solicitar la infracción de tránsito G06 para el vehículo infractor, me respondieron que se debía seguir un riguroso procedimiento de investigación para determinar la responsabilidad del piloto; ¡para mala suerte mía, la flagrancia no es suficiente en estos casos!
Al ingresar al vehículo vi a mi menor hijo, desesperado por haber sufrido un accidente de tránsito, preso de la impotencia por no haber podido defender a su sagrada madre de los maltratos del par de pseudo artistas y cuestionándose aquello que le enseñan en la escuela de que “el policía es tu amigo”. Le dirigí un par de palabras para tranquilizarlo mientras movía el vehículo a una zona segura y le prometí solucionar el problema. Luego de ello, tome aire y me dirigí a los individuos que se encontraban a bordo del automóvil causante del accidente, con la intención de hacer aquello que en el Perú es una norma no escrita “más vale un mal arreglo que un buen juicio”.
Rápidamente me di cuenta que no tenían intenciones de llegar a un buen entendimiento, lo cual me motivó a pedir al policía que nos lleve a la delegación correspondiente y que los especialistas en la materia se hagan cargo. Craso error de mi parte, no sabia que estaba llevando a mis seres queridos a “la boca del lobo”. Al llegar a la delegación policial de Jesús María, los efectivos policiales me “invitaron” a retirarme, pidiendo conversar únicamente con los pilotos implicados. De nada sirvió el mencionarles que el vehículo de los dizque músicos no contaba con revisión técnica vehicular, que sus faros delanteros y posteriores estaban rotos, que sus direccionales delanteras eran inexistentes, mucho menos que su parachoques posterior pendía de un alambre; todo esto era de “poca monta” frente a la súbita presencia de los familiares del artista -los padres, la mujer, la hija, la mascota...¡todo vale!- quienes manifestaban que se trataba de un buen hijo, un ejemplar hermano, un extraordinario esposo, un abnegado padre, un amigable vecino y toda la sarta de sandeces que suelen decir de los delincuentes cuando son abatidos o capturados.
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Estado del vehículo que causo el accidente |
Terminaré esta historia mencionando que me fui a descansar intranquilo, aparentemente las primeras pesquisas policiales determinaron que el vehículo en el cual circulaban mi esposa, mi sobrina y mi hijo había realizado un temerario giro aéreo -porque otra explicación no encuentro- y habría colisionado por detrás al vehículo de placa D0J233, que transportaba a los músicos de la archi, master, ultra, mega, híper, recontra conocida Orquesta “Son de Clase”. Increible, pero cierto.
No queda más que confiar en que el caso llegue a las manos de un buen policía, de aquellos que luchan día a día por brindar un buen servicio a la población, de aquellos que no dudan en poner el pecho ante la adversidad, de aquellos que cuidan nuestra vida a costa de la suya propia; porque estoy seguro de que los hay, y muchos; aunque también estoy seguro que no había ninguno de servicio aquel día en esa delegación.
martes, 29 de agosto de 2017
Viviendo en medio de la Impunidad
Para nadie es un secreto que para vivir en armonía con
nuestros semejantes debemos cumplir ciertas reglas, esperando que el prójimo
haga lo mismo y así poder asegurar la sana convivencia. Si todos hiciéramos
nuestra parte, viviríamos en una sociedad segura, una sociedad orientada hacia
el éxito y el progreso.
Sin embargo, en nuestro medio vemos día a día el trato desigual que brindan las autoridades a las personas, favoreciendo la impunidad para unos y exagerando las penas para otros; esto nos lleva inevitablemente al caos, al desorden, al miedo y a la injusticia. Y no debería ser así, la justicia consiste en darle a cada quien aquello que le corresponde, premiar al ciudadano ejemplar y castigar al ciudadano que no cumple con sus obligaciones.
Lamentablemente nuestra subcultura nos ha llevado a asumir el papel de "vivos", que no es otra cosa que vivir alejado de aquello que es correcto; pensamos siempre en "hecha la ley, hecha la trampa" y se convierte en norma de aplicación diaria. ¿Acaso no es pan de cada día ver choferes que hacen caso omiso a las señales de tránsito? ¿No es común ver personas que dejan sus desperdicios donde no corresponde? ¿No es habitual ver personas que hacen uso de los sitios exclusivos para discapacitados sin serlo? ¿No es usual ver personas que pretenden imponer sus ideas pues son dueños de la razón?
Es probable que hayamos cometido alguna de estas faltas, pensando que se trata de asuntos menores y sin importancia; y que -obviamente- no nos pasara nada, es decir, quedará en medio de la impunidad. Entonces, aunque duela aceptarlo, somos nosotros los que abrimos las puertas a los muchos males que aquejan a nuestro Perú el día de hoy. Y es que existen personas con mente retorcida, violenta y siniestra que han degenerado la idea y se sienten capaces de instaurar el caos, la zozobra y el miedo; personas dueñas de una insana capacidad de tomar aquello que no les pertenece, así sea la vida de otra persona; personas que han crecido viendo y viviendo nuestra realidad nacional, misma que dicta que -a menos que toquen a un personaje público o de poder- no pasara nada por las atrocidades cometidas.
Nuestras autoridades políticas parecen amar esta realidad; y es que su mente, putrefacta por la ambición y avaricia, les indica que así sus fechorías pasaran inadvertidas, amparadas en un poder judicial corrupto e ineficiente. Así, a nuestros últimos gobernantes no les ha importado -por lo menos no mostraron el interés adecuado- que en el Perú se robe, se extorsione, se viole, se estafe, se torture y se asesine; pues el clima de impunidad que vive el país los alcanza a ellos y les permite "hacer su agosto" mientras les dure su mandato.
En resumen, la ley no aplica para el entorno de las autoridades, o se emplea bajo reglas no escritas que rigen para su propia conveniencia; esto sumado a los privilegios que gozan las élites económicas, deja al común de los ciudadanos en clara desventaja, completamente desprotegidos y abandonados a su suerte. Ante este clima de impunidad, la violencia y la corrupción han avanzado a pasos agigantados, extendiéndose por todos los rincones del país e instaurando un sentimiento de temor en la población.
Es momento que nos demos cuenta que nuestras autoridades no están cumpliendo con su fin fundamental: brindar bienestar a la población. Y no lo hacen porque su interés primordial es mantener un ambiente de impunidad que les permita seguir gobernando para beneficio propio. Afortunadamente para ellos el pueblo peruano no tiene la capacidad de “ver más allá de sus narices”, nos mantienen distraídos con la huelga médica, con el enfrentamiento magisterio versus policía, con la deportación de Korina Rivadeyra, con el indulto a Alberto Fujimori o con la detención de Ollanta Humala, entre otros eventos que distraen nuestra atención de lo único cierto y real: nuestro país marcha a la deriva.
Es nuestro deber construir un Estado que garantice nuestros derechos y no permita que queden impunes los crímenes o se enriquezcan políticos a costa de nuestro trabajo. Se acerca una oportunidad de oro para mostrarle a la clase política que estamos cambiando, que ya no nos comemos el cuento; se vienen las elecciones municipales y ya aparecieron los primeros candidatos con su sonrisa de campeonato mundial y su repentino acercamiento a la población. A no dejarnos engañar, elijamos alguien serio, probo, crítico y capaz de sacar los pueblos adelante; basta de políticos reciclados, personajes de farándula y caras bonitas; que esta vez nuestro voto si cuente, nuestro futuro -y el de nuestras familias- depende de ello.
Sin embargo, en nuestro medio vemos día a día el trato desigual que brindan las autoridades a las personas, favoreciendo la impunidad para unos y exagerando las penas para otros; esto nos lleva inevitablemente al caos, al desorden, al miedo y a la injusticia. Y no debería ser así, la justicia consiste en darle a cada quien aquello que le corresponde, premiar al ciudadano ejemplar y castigar al ciudadano que no cumple con sus obligaciones.
Lamentablemente nuestra subcultura nos ha llevado a asumir el papel de "vivos", que no es otra cosa que vivir alejado de aquello que es correcto; pensamos siempre en "hecha la ley, hecha la trampa" y se convierte en norma de aplicación diaria. ¿Acaso no es pan de cada día ver choferes que hacen caso omiso a las señales de tránsito? ¿No es común ver personas que dejan sus desperdicios donde no corresponde? ¿No es habitual ver personas que hacen uso de los sitios exclusivos para discapacitados sin serlo? ¿No es usual ver personas que pretenden imponer sus ideas pues son dueños de la razón?
Es probable que hayamos cometido alguna de estas faltas, pensando que se trata de asuntos menores y sin importancia; y que -obviamente- no nos pasara nada, es decir, quedará en medio de la impunidad. Entonces, aunque duela aceptarlo, somos nosotros los que abrimos las puertas a los muchos males que aquejan a nuestro Perú el día de hoy. Y es que existen personas con mente retorcida, violenta y siniestra que han degenerado la idea y se sienten capaces de instaurar el caos, la zozobra y el miedo; personas dueñas de una insana capacidad de tomar aquello que no les pertenece, así sea la vida de otra persona; personas que han crecido viendo y viviendo nuestra realidad nacional, misma que dicta que -a menos que toquen a un personaje público o de poder- no pasara nada por las atrocidades cometidas.
Nuestras autoridades políticas parecen amar esta realidad; y es que su mente, putrefacta por la ambición y avaricia, les indica que así sus fechorías pasaran inadvertidas, amparadas en un poder judicial corrupto e ineficiente. Así, a nuestros últimos gobernantes no les ha importado -por lo menos no mostraron el interés adecuado- que en el Perú se robe, se extorsione, se viole, se estafe, se torture y se asesine; pues el clima de impunidad que vive el país los alcanza a ellos y les permite "hacer su agosto" mientras les dure su mandato.
En resumen, la ley no aplica para el entorno de las autoridades, o se emplea bajo reglas no escritas que rigen para su propia conveniencia; esto sumado a los privilegios que gozan las élites económicas, deja al común de los ciudadanos en clara desventaja, completamente desprotegidos y abandonados a su suerte. Ante este clima de impunidad, la violencia y la corrupción han avanzado a pasos agigantados, extendiéndose por todos los rincones del país e instaurando un sentimiento de temor en la población.
Es momento que nos demos cuenta que nuestras autoridades no están cumpliendo con su fin fundamental: brindar bienestar a la población. Y no lo hacen porque su interés primordial es mantener un ambiente de impunidad que les permita seguir gobernando para beneficio propio. Afortunadamente para ellos el pueblo peruano no tiene la capacidad de “ver más allá de sus narices”, nos mantienen distraídos con la huelga médica, con el enfrentamiento magisterio versus policía, con la deportación de Korina Rivadeyra, con el indulto a Alberto Fujimori o con la detención de Ollanta Humala, entre otros eventos que distraen nuestra atención de lo único cierto y real: nuestro país marcha a la deriva.
Es nuestro deber construir un Estado que garantice nuestros derechos y no permita que queden impunes los crímenes o se enriquezcan políticos a costa de nuestro trabajo. Se acerca una oportunidad de oro para mostrarle a la clase política que estamos cambiando, que ya no nos comemos el cuento; se vienen las elecciones municipales y ya aparecieron los primeros candidatos con su sonrisa de campeonato mundial y su repentino acercamiento a la población. A no dejarnos engañar, elijamos alguien serio, probo, crítico y capaz de sacar los pueblos adelante; basta de políticos reciclados, personajes de farándula y caras bonitas; que esta vez nuestro voto si cuente, nuestro futuro -y el de nuestras familias- depende de ello.
lunes, 14 de agosto de 2017
La Prevención del Bullying Empieza en Casa
En esta ocasión hablare acerca de una palabrita novedosa, usada en forma indiscriminada y muchas veces fuera de su real contexto, producto del alienamiento cultural que padecemos, palabra favorita de la prensa y utilizada rápidamente por los medios; me refiero al temido bullying, que dicho en buen castellano no es otra cosa que el acoso escolar.
Lo digo así de simple y directo porque el acoso escolar es algo que siempre existió –y que probablemente siempre existirá-, porque las personas abusadoras y abusivas siempre existieron, porque los niños y jóvenes timoratos y callados no son una invención moderna, porque el peruano es envidioso por naturaleza -aunque nos duela aceptarlo-, porque la malicia siempre seduce y despierta nuestras más bajas pasiones. Recuerdo mis épocas de alumno, era casi una obligación que cada aula tenga su lorna oficial, aquel compañero que era blanco de bromas de todo calibre, aquel muchacho que recibía alegremente los apanados a la hora de recreo, aquel jovenzuelo que había descubierto la sumisión como arma para ser aceptado dentro del grupo; y es que finalmente era así: el lorna era uno más del grupo.
¿Qué ha cambiado entonces? Pues varias cosas, para empezar la dichosa palabrita suena bonita, aristocrática y cool; esto ha hecho que la prensa la utilice hasta por gusto bautizando cualquier tipo de agresión -por mínima que esta sea- como bullying; es decir, un psicosocial de primera. Hay que añadir una generación con una baja autoestima, producto de nuestro maldito pensamiento de querer entregar gratuitamente a nuestros hijos aquellos beneficios que no teníamos a su edad, brindándoles todo aquello que esté a nuestro alcance en forma sencilla y rápida, acostumbrándolos a tener una pobre tolerancia ante la frustración, enseñándoles a pensar solo en ellos mismos sin importar los demás. Finalmente, ahora el bully o persona objeto del acoso, ya no es parte del grupo.
Bajo estas premisas, el abusivo lo seguirá siendo pues le enseñaron que tiene derecho a todo lo que quiera; la víctima caerá en la más profunda miseria pues no le enseñaron a hacer frente a los problemas, no sabe pedir ayuda pues nunca la necesito -siempre le dieron en la yema del gusto-; y los testigos no intervendrán ni dirán nada, después de todo ese no es su problema.
Día a día vemos noticias en las que niños y jóvenes sufren a causa del acoso escolar; y es muy fácil buscar como culpable a la escuela, cuando en realidad corresponde a las familias como primeras educadoras darles a sus hijos las herramientas necesarias para desenvolverse sanamente en la sociedad; con una alta autoestima y un enorme sentido de respeto para con nuestro prójimo.
Lo digo así de simple y directo porque el acoso escolar es algo que siempre existió –y que probablemente siempre existirá-, porque las personas abusadoras y abusivas siempre existieron, porque los niños y jóvenes timoratos y callados no son una invención moderna, porque el peruano es envidioso por naturaleza -aunque nos duela aceptarlo-, porque la malicia siempre seduce y despierta nuestras más bajas pasiones. Recuerdo mis épocas de alumno, era casi una obligación que cada aula tenga su lorna oficial, aquel compañero que era blanco de bromas de todo calibre, aquel muchacho que recibía alegremente los apanados a la hora de recreo, aquel jovenzuelo que había descubierto la sumisión como arma para ser aceptado dentro del grupo; y es que finalmente era así: el lorna era uno más del grupo.
¿Qué ha cambiado entonces? Pues varias cosas, para empezar la dichosa palabrita suena bonita, aristocrática y cool; esto ha hecho que la prensa la utilice hasta por gusto bautizando cualquier tipo de agresión -por mínima que esta sea- como bullying; es decir, un psicosocial de primera. Hay que añadir una generación con una baja autoestima, producto de nuestro maldito pensamiento de querer entregar gratuitamente a nuestros hijos aquellos beneficios que no teníamos a su edad, brindándoles todo aquello que esté a nuestro alcance en forma sencilla y rápida, acostumbrándolos a tener una pobre tolerancia ante la frustración, enseñándoles a pensar solo en ellos mismos sin importar los demás. Finalmente, ahora el bully o persona objeto del acoso, ya no es parte del grupo.
Bajo estas premisas, el abusivo lo seguirá siendo pues le enseñaron que tiene derecho a todo lo que quiera; la víctima caerá en la más profunda miseria pues no le enseñaron a hacer frente a los problemas, no sabe pedir ayuda pues nunca la necesito -siempre le dieron en la yema del gusto-; y los testigos no intervendrán ni dirán nada, después de todo ese no es su problema.
Día a día vemos noticias en las que niños y jóvenes sufren a causa del acoso escolar; y es muy fácil buscar como culpable a la escuela, cuando en realidad corresponde a las familias como primeras educadoras darles a sus hijos las herramientas necesarias para desenvolverse sanamente en la sociedad; con una alta autoestima y un enorme sentido de respeto para con nuestro prójimo.
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