viernes, 20 de octubre de 2017

Ellos (los políticos) nos prefieren brutos

Hace un buen tiempo ronda mi mente aquella frase que reza “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, obra de nuestro libertador don Simón Bolívar. Y es que parece que nuestro país anda camino a ello, a su propia destrucción.
Muy en contra de los intereses nacionales, a la clase política y a los grupos de poder les conviene tener en una población ignorante o poco instruida; después de todo, es esta población la cual caerá una y otra vez en sus promesas populistas e irrealizables y los elegirá como sus gobernantes. Lo peor es que serán convencidos de que tomaron la decisión correcta y de están aportando al proceso democrático del Perú.
Aceptémoslo, venimos siendo víctimas del maquiavélico plan de las elites de poder, un plan que logra la dominación de las masas gracias al ineficiente servicio educativo que se presta. El grueso de la población posee un pobre nivel cultural, mismo que ha facilitado que la idea de democracia se vuelva en una simple e irreal alternancia de poder; esto nos convierte en un país vulnerable a ser manipulado -una y otra vez- por los falsos y populistas ofrecimientos de nuestros eternos candidatos.
Mientras países como Singapur, Finlandia, Polonia, Chile y Colombia han logrado significativos avances gracias a reformas educativas serias, planificadas y estructuradas; nuestros políticos nos engañan con reformas cortoplacistas, mismas que no toman como punto de partida la cruda realidad del país y, por ende, se suceden una tras otra sin resultado alguno.
Para que el programa nacional de embrutecimiento sea perfecto, a los políticos no se les ocurrió mejor idea que ir en contra del magisterio. Como primer paso llevaron los sueldos de los maestros a niveles de miseria, quitándoles toda posibilidad de crecimiento personal; a continuación dieron carta libre a la creación de Institutos Superiores Pedagógicos de dudosa capacidad formativa, mismos que empezaron a expedir títulos profesionales a diestra y siniestra; luego empezaron a dictar normas que limitaban la labor formativa del docente y restaban su autoridad frente al alumno; finalmente se engañó a la población -una vez más- haciéndoles creer que los padres de familia saben más que los profesores.
Existió -y existe- una importante oferta educativa privada, misma que un gran sector de la población que ha buscado una alternativa; pero el gobierno al percatarse de ello empezó a atacarlas, en principio pretendiendo hacerlas quedar como organizaciones orientadas a enriquecerse ilícitamente con el dinero de los padres de familia; y terminando el “faenón” promulgando una absurda e ilógica ley que deja a los colegios privados desprotegidos ante aquellos padres que incumplen con sus pagos y demás obligaciones.
Frente al maltrato sistemático a la noble y abnegada labor del docente, fuimos testigos del hartazgo de los profesores, quienes poco a poco se fueron levantando hasta configurar una huelga de magnitud nacional. Las autoridades nacionales, lejos de mostrar algún interés real en solucionar la huelga magisterial, aprovecharon la ocasión para tildar a los docentes de terroristas.
Sin embargo, el pedido generalizado de la población para que los profesores regresen a las aulas y el clamor de los alumnos hizo que los docentes dejaran de lado sus reclamos para regresar a aquello que los apasiona: compartir sus conocimientos con las nuevas generaciones. Y así lo hagan en condiciones lamentables -¿quién puede mantener una familia con S/.2000?- y en centros educativos vetustos y sin mantenimiento; lo hacen por vocación y amor, lo hacen porque no hay nada más gratificante que lograr el desarrollo de las capacidades de un niño, lo hacen porque eso les llena la vida.
No se engañe amigo lector, la huelga no acabó porque se haya solucionado el problema de la educación en el Perú; la huelga se acabó porque los profesores se cansaron, la huelga terminó porque los profesores decidieron que era mejor seguir luchando contracorriente por un país mejor.
Nuestro país requiere urgentemente una reforma educativa, pero que sea real y estructural, tomando plena conciencia de la realidad nacional y de la multiculturidad peruana; una reforma que comprometa realmente a las fuerzas políticas en un plan de largo aliento -cuando menos dos o tres periodos de gobierno- que nos brinde resultados a largo plazo. La educación no es un juego, es la llave para llevar los pueblos al desarrollo y a la verdadera libertad, aquella que anhelaba nuestro libertador; no lo olvidemos.

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