Para nadie es un secreto que para vivir en armonía con
nuestros semejantes debemos cumplir ciertas reglas, esperando que el prójimo
haga lo mismo y así poder asegurar la sana convivencia. Si todos hiciéramos
nuestra parte, viviríamos en una sociedad segura, una sociedad orientada hacia
el éxito y el progreso.
Sin embargo, en nuestro medio vemos día a día el trato
desigual que brindan las autoridades a las personas, favoreciendo la impunidad
para unos y exagerando las penas para otros; esto nos lleva inevitablemente al
caos, al desorden, al miedo y a la injusticia. Y no debería ser así, la
justicia consiste en darle a cada quien aquello que le corresponde, premiar al
ciudadano ejemplar y castigar al ciudadano que no cumple con sus obligaciones.
Lamentablemente nuestra subcultura nos ha llevado a asumir el
papel de "vivos", que no es otra cosa que vivir alejado de aquello
que es correcto; pensamos siempre en "hecha la ley, hecha la trampa"
y se convierte en norma de aplicación diaria. ¿Acaso no es pan de cada día ver
choferes que hacen caso omiso a las señales de tránsito? ¿No es común ver
personas que dejan sus desperdicios donde no corresponde? ¿No es habitual ver
personas que hacen uso de los sitios exclusivos para discapacitados sin serlo?
¿No es usual ver personas que pretenden imponer sus ideas pues son dueños de la
razón?
Es probable que hayamos cometido alguna de estas faltas,
pensando que se trata de asuntos menores y sin importancia; y que -obviamente- no nos pasara nada, es
decir, quedará en medio de la impunidad. Entonces, aunque duela aceptarlo,
somos nosotros los que abrimos las puertas a los muchos males que aquejan a
nuestro Perú el día de hoy. Y es que existen personas con mente retorcida,
violenta y siniestra que han degenerado la idea y se sienten capaces de
instaurar el caos, la zozobra y el miedo; personas dueñas de una insana
capacidad de tomar aquello que no les pertenece, así sea la vida de otra
persona; personas que han crecido viendo y viviendo nuestra realidad nacional,
misma que dicta que -a menos que toquen a
un personaje público o de poder- no pasara nada por las atrocidades
cometidas.
Nuestras autoridades políticas parecen amar esta realidad; y
es que su mente, putrefacta por la ambición y avaricia, les indica que así sus
fechorías pasaran inadvertidas, amparadas en un poder judicial corrupto e
ineficiente. Así, a nuestros últimos gobernantes no les ha importado -por lo menos no mostraron el interés
adecuado- que en el Perú se robe, se extorsione, se viole, se estafe, se
torture y se asesine; pues el clima de impunidad que vive el país los alcanza a
ellos y les permite "hacer su agosto" mientras les dure su mandato.
En resumen, la ley no aplica para el entorno de las
autoridades, o se emplea bajo reglas no escritas que rigen para su propia
conveniencia; esto sumado a los privilegios que gozan las élites económicas,
deja al común de los ciudadanos en clara desventaja, completamente
desprotegidos y abandonados a su suerte. Ante este clima de impunidad, la
violencia y la corrupción han avanzado a pasos agigantados, extendiéndose por
todos los rincones del país e instaurando un sentimiento de temor en la
población.
Es momento que nos demos cuenta que nuestras autoridades no
están cumpliendo con su fin fundamental: brindar bienestar a la población. Y no
lo hacen porque su interés primordial es mantener un ambiente de impunidad que
les permita seguir gobernando para beneficio propio. Afortunadamente para ellos
el pueblo peruano no tiene la capacidad de “ver más allá de sus narices”, nos
mantienen distraídos con la huelga médica, con el enfrentamiento magisterio versus
policía, con la deportación de Korina Rivadeyra, con el indulto a Alberto
Fujimori o con la detención de Ollanta Humala, entre otros eventos que distraen
nuestra atención de lo único cierto y real: nuestro país marcha a la deriva.
Es nuestro deber construir un Estado que garantice nuestros
derechos y no permita que queden impunes los crímenes o se enriquezcan
políticos a costa de nuestro trabajo. Se acerca una oportunidad de oro para mostrarle
a la clase política que estamos cambiando, que ya no nos comemos el cuento; se
vienen las elecciones municipales y ya aparecieron los primeros candidatos con
su sonrisa de campeonato mundial y su repentino acercamiento a la población. A
no dejarnos engañar, elijamos alguien serio, probo, crítico y capaz de sacar
los pueblos adelante; basta de políticos reciclados, personajes de farándula y
caras bonitas; que esta vez nuestro voto si cuente, nuestro futuro -y el de
nuestras familias- depende de ello.
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