Debo confesar que nunca imaginé acabar siendo maestro, mis primeros sueños de niño apuntaban a convertirme en un gran marino, años más tarde me veía a mi mismo como un brillante médico, ya de jovencito deseaba ser un exitoso ingeniero. Pero la vida me tenía preparado otro destino, y acabé abrazando la docencia. Mi tarea era
-y es- harto complicada pues pertenezco a la generación en la cual los padres se preocupaban porque sus hijos los superen, y resulta que mis padres también son docentes, y de los buenos.
Recuerdo claramente cómo pensaban los padres antes, con la firme meta de que sus hijos sean mejores que ellos, y es que deseaban con ansias que sus retoños tengan las herramientas para tener una vida mejor. El respeto y la exigencia eran parte del día a día en los hogares, consecuentemente se buscaban centros educativos minuciosos y con alta calidad, con docentes rectos y dedicados.
Y muchos de nosotros crecimos bajo esa premisa; no importaba si nuestros padres tenían estudios o no, ellos apostaban por la educación, ellos creían en un futuro mejor para sus hijos. El valor que se le daba al maestro entonces, era fundamental, con mucho aprecio y cariño. Y algo bueno debió existir en ese razonamiento, pues los niños de esa época nos convertimos en adultos, adultos que fueron parte del crecimiento económico del país y que vieron como las condiciones de vida mejoraron exponencialmente.
Con el paso de los años, estos adultos nos convertimos en padres, y cometimos el craso error de cambiar el pensamiento parental: que nuestros hijos nos superen dejo de ser prioridad, la meta ahora que nuestros hijos no tengan que pasar por las mismas
penurias que pasamos, que puedan disfrutar todo lo que no disfrutamos. Así, muchos padres hacen
lo que sea con tal de que sus hijos tengan todo lo que “necesitan” a la mano; están dispuestos a cualquier cosa para evitarles cualquier tipo de incomodidad, ansiedad decepción o frustración. Y cuando decimos cualquier cosa, lo decimos en todo el sentido de la palabra; siendo lamentable topamos con padres que no dudan en atropellar honras, actuar contra la moral y las buenas costumbres, y hasta vender su alma con tal de cumplir el capricho de sus hijos.
Como resultado, los maestros reciben alumnos que se sienten con derechos superiores a los del resto, que están acostumbrados a obtener todo fácilmente, que se saben intocables y que presentan una minúscula tolerancia frente a la frustración. Llamarles al orden a estos
angelitos es un riesgo que debemos correr los docentes, pues no son pocos los padres que sentirán que estamos agrediendo a sus pequeños y generándoles traumas que los perseguirán de por vida; así que irán a reclamar por el atrevimiento que nos hemos tomado al intentar corregirlos. Si a esto añadimos que los grupos de poder, en su innegable afán de tener una población ignorante que caiga fácilmente en sus engaños, aprovechan cualquier ocasión para atacar y desprestigiar a los docentes; estamos frente a la profesión más difícil de llevar por estos días.
Por eso los maestros nos hemos vuelto unos guerreros, capaces de soportar todas las piedras que nos ponen en el camino los padres con su menosprecio y su ingratitud por nuestra labor
-la escuela es formativa, no es guarderia-, capaces de tolerar todos los engreimientos y falta de valores de nuestros alumnos; y lo hacemos con la convicción que nuestro trabajo se verá en el éxito posterior de nuestros alumnos; que marcaremos sus vidas para que sean los constructores de su propio futuro, de un futuro mejor.
Estimados lectores, nunca olviden a sus maestros, puede que hayan sido de los buenos o de los no tan buenos, pero les aseguro que
dejaron la piel por ustedes y siempre creyeron en ustedes. Un docente siempre quiere lo mejor para sus alumnos, día a día despierta con ganas de cambiar el mundo, sueña con dejar huella en sus pupilos. Recuerden siempre que un buen docente no es aquel que más sabe, es aquel que motiva, inspira, enseña y forma; y lo que han llegado a ser hoy día, lo que pueden ofrecer a sus hijos, es gracias a que tuvieron maestros que los guiaron.