Tengo buen tiempo tratando de redondear ideas y finalizar artículos, de hecho tengo tres en cola que, cada vez que se me vienen las ideas y corro a un computador para cerrarlos, ocurre algo en el camino que me distrae. Pues bueno, me acaba de ocurrir una vez más, pero ahora resulta que el tema distractor se convirtió en un nuevo tema, el cual por el hondo malestar que me produjo, me veo en la obligación de compartir mi parecer con el mundo -siendo honestos, con la pequeña porción del mundo que se toma el trabajo de leerme-.
Para una persona que ha entregado su vida a la docencia, me resulta difícil de comprender el porqué nuestra profesión es tan mal vista en algunos círculos, el porqué somos menospreciados como profesionales, el porqué no obtenemos un reconocimiento acorde a la ardua labor que realizamos. No debería ser así, después de todo, todos en algún momento de nuestras vidas hemos tenido un docente, maestro o profesor, el cual aporto su granito de arena en lo que somos el día de hoy.
Dicho lo anterior, ser docente es una cuestión de orgullo, es una responsabilidad con el futuro del mundo, es la oportunidad que nos brinda el destino de ser participes en los cambios del mañana; ser docente significa modelar a los hombres y mujeres que tomarán esta nave espacial llamada Tierra como suya en muy poco tiempo, y deben estar capacitados para pilotearla con éxito. Por ello, un docente no puede fallar nunca, debe hacer su trabajo y hacerlo bien.
Esto último me lleva al motivo de mi malestar personal sobre el cual hice mención previamente, y es que existen muchos colegas para los cuales hacer bien su labor docente consiste en impartir una buena clase, enseñar nuevas técnicas y conceptos, mostrar herramientas para desarrollar las habilidades personales y sociales, ser el agente activo que busca transmitir nuevos conocimientos y destrezas; en otras palabras, tener un buen manejo de grupo en el aula y obtener resultados académicos medibles. Esto señores, es el trabajo elemental y básico que debería realizar cualquier docente, es la labor que realizamos para ganarnos nuestro sustento diario, es nuestra chamba; es decir, es el trabajo que realiza en forma ordinaria un docente.
A todos mis colegas que piensan así, que manifiestan que su función en esta vida es únicamente la de dictar clase, les digo entonces una gran verdad: son docentes ordinarios. Y aunque la dichosa palabrita suene fuerte, se ajusta a la perfección, es lógica lineal, ¡si realizas un trabajo ordinario, entonces eres un profesional ordinario! Entonces, quisiera llegar un poco más allá, y plantear una respuesta a los muchos porqués que me planteaba previamente; y esta seria por la existencia de muchos docentes ordinarios.
Últimamente los profesionales buscan destacarse del resto por los títulos obtenidos, por los estudios realizados, por las especializaciones internacionales... díganme ustedes, ¿cómo diablos eso le es útil a un alumno? ¿acaso lo utilizan en su quehacer diario? Para mi los que valen son aquellos docentes que se reinventan día a día por captar la atención de sus alumnos; que se preocupan por el desarrollo intelectual, emocional, social, cultural y psicológico de los niños y jóvenes que tiene a su cargo; que buscan por todos los medios obtener la confianza de sus alumnos; que trabajan la mecánica adecuada para convertirse en ejemplo de vida; que se toman un tiempo extra para lograr la comprensión de contenidos de todo el grupo bajo su responsabilidad; aquellos que si ven a un alumno llegar tarde o dar una respuesta fuera de lugar no vacilan en corregirle de inmediato; los que no se hacen los sordos cuando un alumno lanza un improperio; los que les explican que existen normas para convivir armoniosamente en sociedad; aquellos que buscan modelar sus vidas de manera tal que elijan bien lo que desean ser en esta vida; aquellos que no abandonan la lucha -a pesar que a veces la colaboración de la familia es poca o nula-; aquellos nunca dejan de creer en sus pupilos; en resúmen, aquellos que hacen más de lo ordinario; convirtiendose entonces en docentes extraordinarios –que los hay y muchos-.
El día que nosotros mismos nos revaloremos y decidamos ser docentes extraordinarios, ese día se acabaran las discusiones y menosprecios hacia nuestra labor, ese día seremos mejor reconocidos social y económicamente. Ese día esta en nuestras manos, el gran cambio esta en todos y cada uno de nosotros, ¿asumen el reto? ¿nos volvemos todos extraordinarios? ¿o acaso piensan transitar toda su vida por la intrascendencia de lo ordinario? La pelota esta en su cancha, queridos colegas.
Buen articulo Promo.
ResponderBorrarsaludos