Parafraseando al genial César Vallejo, hay golpes en la vida tan fuertes, yo no se... golpes como el que recibí el último lunes, día en el cual pude confirmar que uno de mis más profundos temores: a muchos de los padres de hoy les importa un rábano la educación de sus hijos.
Resulta que en la institución educativa que me honro en dirigir tenemos la sana costumbre de rendir honores a Nuestro Creador y a nuestra Patria -en ese orden- todos los días lunes antes de iniciar nuestras labores de la semana; como es obvio -por una cuestión de respeto hacia Dios, la Patria y nuestra institución- cerramos la puerta de ingreso al alumnado que llegue tarde, permitiendo su ingreso al terminar la actividad. Hasta aquí todo bien, a algunos padres les puede molestar, pero entienden habiendo llegado tarde -lo cual de por si es una falta- les queda respetar la actividad formativa de inicio de semana, misma que es consecuente con los fines y objetivos que persigue la institución educativa que ellos eligieron libremente para sus hijos.
Si hasta ahora no entienden el porqué de mis palabras iniciales, es que aún no les he contado lo que sucedió al reabrir las puertas. Ocurrió que una madre de familia -tan preocupada y abnegada ella- llevó tarde a su hija y no tuvo mejor idea que ingresar al colegio en forma prepotente, arrollando a los alumnos que se encontraban a su paso y mostrando a viva voz su indignación por el tamaño "atropello" que había significado el hacer esperar a su niña. Traté de hacerla entrar en razón, explicándole la importancia de la puntualidad; sin embargo esta dama no entendía, manifestando que eramos unos intransigentes y que llegar unos minutos tarde carecía de importancia. No contenta con ello continuo su arremetida calificándonos de poco menos que infrahumanos por no haber interrumpido la oración que Jesucristo nos enseño, o en su defecto, las sagradas notas de nuestro Himno Nacional; para que de esta manera su pequeña pueda hacer su ingreso triunfal. Todo esto ocurría frente a un privilegiado grupo de alumnos -mismo que previamente había sido atropellado por la señora protagonista de esta historia- que desconcertados miraban el incidente; obviamente frente a ellos no podía flaquear, debía mantenerme firme en mis principios y en aquello que considero lo mejor para su educación, para su futuro; por ello, apelando a la "Santa Paciencia" me atreví a preguntarle sobre cómo pretendía que formemos a su hija en sólidos valores humanos, cívicos y cristianos, si ella misma no era capaz de dar la importancia debida a temas fundamentales como el respeto, el orden y la puntualidad... ¿para qué me atreví a ello? en ese momento su voz se escucho más fuerte que nunca, como queriendo demostrar que en el Perú el que grita más fuerte es dueño de la razón -lamentablemente la ley de la prepotencia cada día gana más adeptos-, increpandome "¡así no es!". Muy internamente pensaba en responder "¿entonces cómo diablos es?", pero me lo guarde, respire profundamente y la invite amablemente a retirarse y dejarnos trabajar; ante su negativa le di cortésmente la espalda y atendía a mis alumnos, con el mismo cariño de siempre y rogando que en el futuro no se vuelvan como esa señora; finalmente el personal de seguridad cumplió su labor.
Ahora más calmado, y habiendo asimilado el golpe, no me queda más que seguir remando contra corriente por conseguir mi ideal de formar personas de bien para el futuro, personas con un alto sentido de responsabilidad social, personas preparadas para ser exitosas en una sociedad, personas con sólidos valores y virtudes; aún cuando en sus casas no compartan este ideal. Este episodio lo dejare como algo anecdótico, triste pero anecdótico.
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