El mes de Julio es un mes de gran valor para nosotros los peruanos, es el mes en el cual celebramos nuestra independencia; quizá ello haya motivado que otras festividades importantes del mes se vean minimizadas o pasen casi desapercibidas, una de ellas es el Día del Maestro.
Me pongo entonces a pensar y no siempre fue así, esta fecha ha pasado de ser un evento de magnitudes colosales a convertirse en una fecha más del calendario cívico escolar.
En mis épocas de colegio esperábamos con mucha alegría este día, era algo casi mágico para nosotros; por ello, torturabamos a nuestros padres para poder llevarle el detalle perfecto a la Miss o al Profe, personajes admirables y respetables por donde se les mire. Recuerdo que las secciones competían por ver que profesora o profesor se llevaba más regalos a casa, ¡queríamos hacerlos felices!
Son los tiempos modernos los que han hecho que los padres utilicen el aniversario de nuestra independencia como distractor perfecto para olvidar el homenaje al maestro; tamaña injusticia de nuestra parte, porque sin maestros no existiría nada, ni siquiera nuestra tan mentada libertad del yugo español.
Si observamos otras realidades, veremos cómo existe un estrecho vínculo entre el desarrollo y la cultura; los países que avanzan y progresan lo hacen de la mano de sistemas educativos coherentes, armoniosos y respetuosos. Dicho lo anterior, me atrevo a afirmar que nuestro subdesarrollo se debe a la subcultura nacional que tenemos; misma que nos lleva a querer sacarle la vuelta a la autoridad, a las leyes, a las instituciones; en resumen, querer pasarnos de listos, o -dicho en otras palabras- querer hacernos los vivos.
Todo parece indicar que a nuestras autoridades les encanta este desamor para con los docentes, pues este abre un peligroso camino hacia la ignorancia. Nos lo advirtió uno de nuestros libertadores, el genial Simon Bolívar: "Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción", y parece que en ese camino andamos. Es precisamente esa ignorancia la que nos lleva a elegir erróneamente, elección tras elección, a las personas que llevan las riendas del país.
Nuestras autoridades llevaron los sueldos de los maestros a niveles de miseria, nos vendieron la idea de que los colegios privados son unas mafias dedicadas a comerse el dinero de los padres de familia, idearon y promulgaron la famosa ley "perro muerto", satanizaron a las editoriales, les dijeron a los padres de familia tenían que ser partícipes de la elección de textos de sus hijos y que tener todos los útiles era de poca importancia, entre otras "perlas" que nos han llevado al inevitable resultado de tener un magisterio mal visto y una realidad educativa muy pobre.
Es cada vez más común toparnos con padres de familia que pretenden saber más que los docentes, que discuten sus labores, que minimizan su aporte en la formación de sus hijos; en otras palabras, existe un menosprecio total. No consideran que para formar a sus hijos, un docente se prepara exhaustivamente durante muchos años, mucho menos que la actualización docente es pan de cada día en un mundo cuya constante es el cambio; el padre de familia simplemente piensa que él sabe más, y no tiene problema en dejarlo en claro frente a sus propios hijos.
Por eso estas líneas pretenden hacer un llamado a la conciencia, piensen ustedes donde estarían si no fuera por sus maestros, los buenos y los no tan buenos -de todo hay en la viña del Señor-, ¿acaso no son ellos los que les ayudaron a desarrollar sus habilidades y destrezas y los llevaron de la mano por la autopista del conocimiento y el saber? Pues los maestros de hoy pretendemos lo mismo para con sus hijos, buscamos lograr la excelencia en ellos; y para ello solo necesitamos que los padres de familia respeten nuestro trabajo y nos dejen hacerlo, después de todo, ¡para eso nos preparamos!
Si a esta altura usted, amable lector, aún no entiende que pretendo con esta publicación, pues lo resumiré en una palabra: RESPETO. Un padre de familia respeta a un docente cuando valora su trabajo, cuando le brinda confianza y poder de decisión sobre sus hijos, cuando entiende que las instituciones educativas del Estado necesitan su apoyo -el presupuesto irrisorio del gobierno hace que el aporte de los padres de familia sea vital, no se dejen engañar-, cuando paga puntualmente las pensiones de enseñanza en las instituciones educativas privadas -por lógica lineal, si usted no paga a tiempo, difícilmente el docente recibe su pago a tiempo-, cuando no se deja engañar por personajes públicos que presumen de ayudar a las familias y su economía cuando en realidad solo buscan votos para iniciar su carrera de congresista, cuando entienden que tienen un rol protagónico en la formación de hábitos y virtudes en sus hijos -lo cual se consigue en casa, no en la escuela-, cuando no justifican los fracasos escolares de sus hijos en una mala práctica docente o en los mil y un déficit que hoy en día se han catalogado, entre otras.
La posición estratégica del padre de familia es vital: están en posición de exigir a las autoridades mejores estándares educativos acompañados de un mejor reconocimiento al docente; y está en ellos mostrar a sus hijos que al maestro se le debe respeto y cariño, así nuestros niños y jóvenes volverán a vernos como lo que somos, los grandes artesanos de su futuro, un futuro del cual padres y docentes deseamos estar orgullosos. Un buen ciudadano, un hombre exitoso empieza a construirse en base al respeto a sus maestros, sus formadores; o ¿acaso ustedes no recuerdan todo lo que hicieron sus maestros por ustedes?
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