Los maestros merecemos más que esto
Por Mg. Francisco Martínez Salinas
Hace un par de semanas fui víctima de un ajusticiamiento popular, pero no se asusten, fue una terrible experiencia, pero ocurrio en el mundo virtual. Resulta que como padre de familia pertenezco al grupo de whatsapp del aula, mismo que estaba dirigido a que los padres nos apoyemos en el duro quehacer educativo de nuestros hijos; pero que de pronto cambio, volviéndose en una seguidilla de argumentos vagos
-por algo dicen que la ignorancia es atrevida- destinados a desprestigiar la labor docente y así justificar su oscuro fin: no pagar la pensión. Quienes me conocen saben que defiendo mi carrera a capa y espada, así que entre en lo que pensé podría llegar a ser una conversación alturada; lamentablemente se convirtió en una linchamiento
-repito, virtual- no solo contra mi persona, sino que además alcanzó a todos aquellos que trabajamos en el sector privado en educación: ¡ni el vigilante se salvo!
Aquello que fue anecdótico en su momento, ahora se ha convertido en un asunto prioritario. Los agitadores sociales, la prensa mermelera y los políticos populistas andan con ansias criminales de figurar y han puesto la mira a los colegios privados. La discusión se ha centrado en si la educación virtual tiene igual valor académico que la presencial, en la presentación del programa de recuperación de clases y en la presunción
-injustificada- que la modalidad educativa virtual debería tener un costo menor; todo esto aún cuando persiste la incertidumbre sobre el reinicio de las clases presenciales y a pesar de que los colegios siguen operando con el mismo personal que lo hacen regularmente.
A los trabajadores de la educación privada en el Perú nos vienen atacando por todos los frentes, por un lado un impresentable organiza encuestas online y obtiene tribuna en todos los medios de comunicación, por otro los periodistas sedientos de sangre que han visto que esta historia vende, y en última instancia los padres de familia que no dudan en satanizar a los directivos y docentes de las instituciones privadas. El mensaje es más que claro, no se valora la labor docente en el Perú, así de simple.
El compromiso de los profesionales en educación es lo único que sostiene
el sistema educativo del Perú en estos días.
Con la mayor parte de la educación privada “contra las cuerdas” por falta de pago, se pone en serio riesgo la continuidad escolar de millones de niños y jóvenes en el Perú; los cuales además crecerán con la idea de que la educación es una profesión prescindible, de segundo orden. Parece que las autoridades no se terminan de dar cuenta que la ignorancia es tan o más dañina que cualquier virus, pues ni una palabra de aliento mandan a los docentes por estos días. A pesar de ello, estos artesanos del conocimiento mantienen una cordura envidiable, mientras esperan pacientemente que el Poder Ejecutivo se manifieste y empondere la labor que vienen realizando.
El trabajo en el sector educativo se ha incrementado, los directivos ahora tienen que tomar medidas de urgencia para lograr virtualizar la educación, reestructurar una y otra vez los planes anuales, fomentar planes orientados a lograr alcanzar los objetivos pedagógicos en medio de una cultura de calidad total, gestionar y dosificar los tiempos de los docentes a su cargo, administrar los cada vez más escasos fondos para actualizar diariamente los entornos digitales, entre otras. Por su parte, un maestro debe organizar su tiempo y espacio entre su labor docente y los quehaceres propios de la vida familiar y personal (mismos que debido a la coyuntura se dan dentro del mismo espacio físico), aprender sobre la marcha el uso de medios digitales, elaborar material de estudio, buscar herramientas de retroalimentación, generar espacios de intercambio, apoyar a los estudiantes que necesitan mayor atención, absolver las consultas de los padres y un largo etcétera forman parte del día a día de todos ellos en tiempos del coronavirus.
Los profesionales en educación de todo nivel vienen siendo vapuleados y sometidos al escrutinio público, a pesar de ser ellos los únicos que en medio de esta situación de emergencia entregan lo mejor de su tiempo y calidad profesional por atender y cuidar a los niños y jóvenes a su cargo, demostrando que lo suyo es vocación pura. El aislamiento social obligatorio ha forzado a quienes serán el futuro del país a permanecer dentro de sus hogares, alejados de su vida educativa y social; por ello las escuelas privadas buscan ventanas de comunicación para garantizar su continuidad en el sistema educativo, procurarles una educación de calidad, conseguir los objetivos establecidos de acuerdo a su edad y brindarles una válvula de escape frente al stress propio de la atípica situación que les ha tocado vivir a su temprana edad. ¿Qué reciben estos profesionales a cambio? Despiadadas críticas, nulo apoyo de muchos padres de familia, renuencia al pago de los compromisos asumidos, mutis total de las autoridades educativas y cero apoyo del Gobierno Central. Reitero, a los docentes les están haciendo sentir que son poco o nada importantes.
Porque todos los profesionales en educación hemos visto y oído todo lo que han dicho en estos días los periodistas, opinologos y oportunistas de turno, ¿realmente creen que en las circunstancias actuales se debe cuestionar el pago de las pensiones escolares poniendo en tela de juicio la educación que se viene impartiendo?
En estos momentos la labor educativa cumple una función crucial, no solo por el bienestar educativo de los estudiantes, sino también por su salud mental y por esa gran enseñanza adicional que les quedará en el sentido de que en este mundo debemos estar siempre preparados para hacer frente a la adversidad y superarla.
Ante la falta de reconocimiento, ayuda y valoración por parte del Poder Ejecutivo; quiero decirles a todos y cada uno de mis colegas docentes que son merecedores de todo el aplauso, respeto y gratitud; porque a pesar de observar con profunda preocupación esa subcultura de no pago que se pretende normalizar y que hace sospechar que podría haber cierre de colegios y suspensiones o despidos; se sigue luchando, fieles a los principios y vocación educativa.
La única y gran verdad es que la educación no puede parar, y ahí donde encontremos dificultades, nos reinventaremos para superarlas; porque los docentes seguimos creyendo en un mundo mejor; un mundo donde haya mayor educación, cultura, tolerancia y respeto; un mundo donde realmente se valore nuestra labor. Damas y caballeros, orgullosamente digo ¡soy docente, y no me rindo!