Si los padres de familia no valoran la labor docente, sus hijos tampoco lo harán.
Los tiempos cambian, y con estos las sociedades también. Lo ideal sería que esto nos lleve a ser cada vez más evolucionados, sin embargo, la realidad casi siempre está alejada de las situaciones ideales.
Para nadie es un secreto que en nuestro país se viven tiempos de mucha incertidumbre y frustración que nos están llevando a una espiral de violencia social pocas veces vista; existe un total irrespeto a la autoridad, un completo rechazo ante cualquier medida que se quiera tomar, una absoluta negación de responsabilidad por nuestras acciones.
Bajo este contexto, y aunque duela aceptarlo, el peruano típico pretende ser dueño de la verdad absoluta, piensa que tiene derecho a hacer -literalmente- lo que le venga en gana y que cualquier medio que emplee para lograr sus objetivos es válido. ¿Los demás? Simplemente no importan.
Esta triste realidad la venimos forjando a pulso con nuestros hijos, gracias al mal ejemplo que les damos. Nos quejamos de la informalidad pero no dudamos en usarla y acogerla en nuestra vida diaria, reclamamos por la corrupción pero no vacilamos en corromper autoridades, protestamos ante la falta de respeto generalizada a nuestras instituciones pero no perdemos ocasión de atacarlas gratuitamente y poner en tela de juicio su proceder.
Ante ello, los muchos padres caen en el facilísimo de “dejar” en manos de los maestros la formación de sus hijos, y ponemos entre comillas este término pues pensar asi es una falacia. Actualmente los padres muestran una completa falta de respeto hacia la labor docente, limitando tremendamente su accionar y siendo incapaces de reconocer y valorar tan noble profesión; pues, damas y caballeros, ahí está la raíz de la falta de respeto generalizada hacia la autoridad que vemos en nuestra sociedad día a día.
Los docentes constituyen la primera imagen de autoridad externa -fuera de casa- que tienen nuestros hijos, y hoy en día nuestros hijos son testigos de excepción del menosprecio hacia su profesión, de los constantes reclamos infundados, de la sobreprotección al estudiante, de la constante discusión sobre su desempeño, y hasta del incumplimiento de los pagos y obligaciones que tienen para con sus maestros; es decir, son testigos de excepción de un hecho triste pero innegable: los padres de familia no valoran ni respetan la labor de los profesores.
Zapatero a sus zapatos reza un conocido dicho, por ello, padres a cumplir con su parte en la labor formativa de sus hijos y a dejar que los maestros complementen y redondeen esa labor sin entrometerse en su función. Ese sería un gran punto de partida para la gran revolución y mejora en nuestra sociedad.